Tras el festival, un pequeño grupo de cinco artistas, entre los que me incluyo, decidimos prolongar la aventura. Tomamos la audaz decisión de ocupar este inmenso lugar, fascinados por el potencial que ofrecía para experimentar otra forma de crear y vivir. Muy rápidamente se nos unieron otros, formando una comunidad heterogénea donde se mezclaban disciplinas y horizontes artísticos.
Después de un año de ocupación informal, negociamos un acuerdo de ocupación temporal renovable, gracias al apoyo de Pascale Bonniel-Chalier, entonces diputada de Cultura de Lyon. Visionario, este concejal ecologista reconoció el valor de este proyecto atípico y nos permitió mantener nuestra presencia durante ocho años excepcionales, hasta que un incendio oportuno, seguido de un desalojo, puso fin abruptamente al experimento. Un páramo próspero
Durante los últimos ocho años, el páramo de RVI se ha transformado en un verdadero epicentro cultural, artístico y activista. En este espacio de 39.000 m², decenas de asociaciones, colectivos y artistas experimentaron sus prácticas con casi total autonomía. Fue un hervidero de actividad, donde reuniones a veces tormentosas, a menudo épicas, dieron lugar a iniciativas conjuntas. A pesar del individualismo inherente a muchos artistas, aprendimos a buscar el interés colectivo, a inventar juntos nuevas formas de colaborar y convivir.
Este no era sólo un espacio creativo, sino también un laboratorio social. Exploramos los desafíos y triunfos de vivir juntos fuera de los marcos institucionales habituales. Un símbolo poderoso Okupar una antigua fábrica, símbolo del capitalismo industrial en decadencia, y transformarla en un lugar para la vida y la creatividad alternativas, tenía una dimensión altamente simbólica. Cada día que pasamos en este espacio fue una afirmación de nuestra capacidad de reinventar el uso de lugares abandonados, de convertirlos en zonas de autonomía temporal donde la utopía podría volverse tangible. El fin de una era
Hoy, el terreno baldío de RVI ha sido rehabilitado. Actualmente alberga una escuela secundaria y otras instalaciones cuyo desarrollo no he seguido. Aunque se ha pasado la página de esta experiencia, su memoria sigue viva, como testimonio de lo que es posible construir al margen de los modelos dominantes. El páramo-país de las maravillas de RVI no era solo un lugar, era un espacio-tiempo único, un paréntesis donde coexistían creación, compromiso y libertad. Esos años marcaron mi vida y, espero, dejaron una huella duradera en el paisaje cultural de Lyon.